30 June, 2007

Escribo ahora en un lugar distinto. Quizá tal situación requiera algún cambio, una transformación sintáctica siquiera modesta. Escribo, ahora, en un lugar distinto. Con esa modificación puede uno cumplir con las obligaciones del naturalismo literario. (Dentro de poco, la diferencia de paisaje y de clima va a ser aun más notable.) Entre Baton Rouge y Seattle, donde he estado ya por tres semanas, los contrastes son claros: referirse aquí al verano supone en estos días una cierta grandeza por venir. Allá, desde hace tiempo los termómetros muestran más de treinta grados centígrados, y la humedad es criminal; en Seattle, hoy, la temperatura no va a pasar de veintitrés grados. A ese estado de la tierra lo llamamos paradisíaco. Lo que pueda esperarme en otro lado es, sencillamente, conjetural.

22 May, 2007

Hoy, por unas nueve horas, llevé un pantalón negro. No digo eso para sugerir o promover algún augurio; se trata, nada más, de un reporte casi meteorológico, la simple descripción de una parte de mi mera figura. Habrá quien sepa hacer de esa noticia un trastorno metafísico. En mi caso, no hago otra cosa que escribir una entrada para ser más consecuente y puntual. Alguien como Robbe-Grillet podría extenderse en esa observación y así continuar con su obsesiva negación de la psicología. Flaubert sería capaz de convertir mis pantalones en una prenda minuciosa, llena de carácter y relevancia, como el mismísimo gorro de Charbovari—un monstruo de telas dispares. Yo prefiero detenerme en este punto, reiterar que el fulano pantalón no me gusta demasiado, admitir que tengo que lavarlo, pronto, que lo usé con una camisa blanca de rayas azules y delgadas (bonita).

16 May, 2007

Tengo que admitir mi falta de disciplina. Tengo muy poco de abnegado calvinista: escribo como extensión de la pereza, no para combatirla. Quizá esa confesión parezca un poco absurda; el caso es que las lagunas entre entrada y entrada de este “diario” sólo acentúan esa natural dispersión. A lo mejor se trata, justamente, de una revelación más sutil de lo que pueda creerse. El tiempo que transcurre, que dejo, de hecho, transcurrir y pierdo como si se tratara de una riqueza mal habida y culpable, es más personal que la acumulación de párrafos y la cuidada posición de las comas. En esa distancia temporal se cuela una épica por completo doméstica, sin heridas ominosas ni vencimientos. No he terminado de leer el libro de Bolaño, he comenzado The Yiddish Policemen’s Union, de Michael Chabon, que me va gustando. El resto, ya se sabe, es silencio. Se trata de aceptar esos huecos ilesos como si se tratara de órganos ligeramente ficticios pero muy eficaces (un corazón de más, tal vez de yeso, o pulmones de cuarzo, dibujados).

26 April, 2007

En la antología de Bolaño hay varios cuentos sobre escritores. No habrá de extrañarse quien haya leído sus novelas. En ellas la literatura sirve de estructura temática, a veces como aspiración (como ocurre en Los detectives salvajes), otras como acto confirmado (es el caso de 2666). Lo notable es que en su narrativa la escritura parece más una profesión contextual que una serie de textos: sabemos que este o aquel personaje se dedica a escribir, llena cuadernos y cuadernos, lee sus poemas delante de otros, publica sus novelas o cuentos, pero el caso es que esa obra no está consagrada en citas literales. Nos corresponde creer en lo que se nos dice: esos fulanos son autores, y ya. La fe que Bolaño espera de nosotros se confirma en los títulos de algunos de esos cuentos: “Sensini”, “Henri Simon Leprince”, “Enrique Martín”. El índice onomástico debe bastarnos. De esa manera, los relatos cobran la apariencia de entradas en una enciclopedia. Podría pensarse que esa discreción, que se contenta con la sola mención de nombres y apellidos, sería sostenible en el caso de autores consagrados. Estos de Bolaño no lo son. De Leprince se revela: “Naturalmente es un escritor fracasado”. El adverbio es demoledor. Eso hace más interesante el laconismo de esos encabezados. La literatura es en esos relatos una fuerza privada, la contraseña de un clan de facha irrelevante, cuyos miembros obedecen a una lógica que de antemano ha renunciado a las demostraciones. Su propio convencimiento es suficiente.

23 April, 2007

He estado leyendo en estos días unos cuentos de Roberto Bolaño. Están en Last Evenings on Earth, una selección preparada y traducida por Chris Andrews. La lengua es una elección impuesta por las privaciones de la biblioteca. Me toca pensar que Bolaño es tan extranjero como otros. No hay que sentirse culpable. Uno lee a Kafka en español y no piensa en la sintaxis inicial; es una forma natural de apropiación. Me gusta imaginar el Dostoyevski que leyera Roberto Arlt, compuesto de solecismos y caló, tal vez—que Arlt sabría aprovechar. Esos saltos y transfusiones son parte de la rutina literaria. En la anatomía de muchas obras hay huesos prestados, y uno los adivina en el tesauro o la simple posición de un adverbio. El Bolaño de Andrews, por ejemplo, practica el gusto por vocablos latinos; ya en las primeras líneas del primer cuento hay dos: “dilapidated” y “exacerbated”. Ese hallazgo me fuerza a pensar de nuevo en el revés, en el idioma primario del texto, en el que esas palabras tienen una rara y gastada modestia.

11 April, 2007

Soy un lector desordenado; paso de una página a otra, lo que parece normal—el asunto es que esas páginas pertenecen a libros distintos. Así mezclo una historia de Donald Barthelme con una frase de Rodolfo Walsh y un poema de Reznikoff. Algún trazado ha de haber en esos saltos, un atlas de lectura que me permite saber dónde me hallo, sin el ilusorio rigor de un sistema. No está mal. De hecho esos géneros admiten esas livianas infidelidades y abandonos. Hace tiempo, eso sí, que no leo una novela. Es una forma de evitarme la culpa; me digo que necesito las horas que podría dedicarle a Saer o a Richard Flanagan para terminar algún proyecto. Las novelas son como el epítome de la malcriadez y el egoísmo. Por ahora, me dedico al desconcierto, al agrado de la improvisación, al puro nomadismo.

08 April, 2007

Prefiero creer que un diario es un conjunto de apuntes sin mayores apremios. No pienso en la reproducción de eventos cotidianos, sino en algo tal vez más arbitrario, imaginario a veces, que puede evitar la taxidermia en favor de las absoluciones, los juicios, los ajustes de cuenta, las dubitaciones y las analogías. Ahora pienso sobre todo en los cuadernos de Henry James y menos en los trabajos de Paul Léautaud y Virginia Woolf, que también admiro. Y no puedo olvidar las notas que Ricardo Piglia publicara en Formas breves, por ejemplo. De allí repito una frase maestra: “La crítica es la forma moderna de la autobiografía”. Supongo que ése es un buen punto de partida.