16 May, 2007

Tengo que admitir mi falta de disciplina. Tengo muy poco de abnegado calvinista: escribo como extensión de la pereza, no para combatirla. Quizá esa confesión parezca un poco absurda; el caso es que las lagunas entre entrada y entrada de este “diario” sólo acentúan esa natural dispersión. A lo mejor se trata, justamente, de una revelación más sutil de lo que pueda creerse. El tiempo que transcurre, que dejo, de hecho, transcurrir y pierdo como si se tratara de una riqueza mal habida y culpable, es más personal que la acumulación de párrafos y la cuidada posición de las comas. En esa distancia temporal se cuela una épica por completo doméstica, sin heridas ominosas ni vencimientos. No he terminado de leer el libro de Bolaño, he comenzado The Yiddish Policemen’s Union, de Michael Chabon, que me va gustando. El resto, ya se sabe, es silencio. Se trata de aceptar esos huecos ilesos como si se tratara de órganos ligeramente ficticios pero muy eficaces (un corazón de más, tal vez de yeso, o pulmones de cuarzo, dibujados).

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