29 October, 2008

Al final de esta entrada quiero escribir la palabra zoológico. No tengo ninguna razón para hacerlo, por eso la aventura me cautiva con su apretado arbitrio—que convierte la escritura en una gimnasia de constreñimiento, algo como un legado del Ouvroir de littérature potentielle. ¿Cómo rechazar ese llamado al desorden, esa pequeña ceremonia de incertidumbre, de extrañeza y hallazgo? En definitiva, un diario tiene en común con el ensayo más que la ficción de la persona; los une también la calistenia ejecutada a la intemperie, sin orden en la rutina de los ejercicios, libre para acabar con una tradición y empezar otra nueva.

Puede sonar como una paradoja, es verdad: Montaigne seguramente no sabía, al iniciar la redacción de cualquiera de sus glosas, discursos, cuentos o tratados, cómo iba a concluir. Su literatura es redundantemente dinámica: en el mismo acto de componerse se compone. El Journal de Paul Léautaud seguramente tenía como principios generales la sabiduría y la maledicencia, y no quizá el vaticinio nominal. Yo sí preveo el sustantivo final de estas líneas, pero el resto es para mí una creación perversamente oscura, fortuita. Tal vez esta cosa sea más bien como un paisaje abierto: puede que desde el horizonte se asomen unos buitres, o una sola jirafa, de mediana estatura, o contados hipopótamos, o tres leones perezosos, repletos. Lo que salga vendrá con libertad, a eso me refiero: nada podrá plantársele en el medio para impedir o posponer su aparición, como se plantan, entre un paseante y sus fieras, los pozos contrahechos y barrotes en el orbe artificial de un zoológico.

16 October, 2008

Lo palmariamente urbano no existe sin una contraparte rural. Eso se nota con facilidad entre montañas: en una misma observación convergen, según me cercioro desde cualquier ventana, variados edificios y la altura, verde, opaca, de paredes geológicas. Esa constatación debería suprimir cualquier feria de duelos y conflictos. Basta un descuido persistente y esas construcciones se convierten en ruina—el regreso de la piedra a la entelequia, a la disfunción, a su cosmos de poros y geometría confusa. Y si un labriego providente o un Sísifo con dotes de arquitecto decidieran subirse a las montañas con un listado de propósitos para la roca bruta, las laderas pasarían a llamarse depósito, hangar, salón de fiestas, vivienda comunal, escuela de enfermeras, estacionamiento, cancha, complejo de oficinas, restaurante. Eso me digo. De inmediato, cierro las cortinas y sigo releyendo lo que imaginara González León en País portátil y algunos ejercicios narrativos de José Balza. Los dos saben muy bien los términos de tales convivencias.

11 October, 2008

Redactar un diario es una forma de expropiación, en el que se anota un ensamble de imágenes robadas a la privacidad. Otras veces, sin embargo, ese pequeño cuaderno sólo puede configurar una serie de frases que, con verosimilitud, instauran esa privacidad, como si la vida fuera subsidiaria de un mito sosegado y tardío. Se puede hacer un embargo de lo que existe previamente o de lo imaginario. El mío es uno de esos diarios fantasmas: vivo en un estado compuesto de ruidos, de proyectos, de higienes necesarias y de especulaciones, a medio camino entre lo que se descompone y lo que no se toca. Ojalá pudiera ser un poco más sanguíneo, para mortificar, con prosaica exactitud, estos hábitos de fotografía—fijos como todo paisaje en toda Polaroid: la misma eterna pila de nieve en una columnata, la misma expectación de un verano adolescente, sin envejecimiento… Om.