18 December, 2009

¿Cuántas veces es uno el que escribe? Lo digo por ver si entiendo cómo es que la pereza, el hastío, la distracción y la contrariedad se convierten en la ordenada cartilla que uno firma. No es improbable que esa rúbrica sea una traición: el nombre del autor no necesariamente corresponde a los recuentos que antecede o culmina. Nadie sabe para quién redacta.

Prefiero ocasionalmente inventarme una vida desde cero. Hoy, en la mañana, fui a la aduana acompañado a confirmar que en las oficinas públicas la multiplicación de la escritura, en papeles y papeles idénticos, es una épica cansona. Cierro los ojos y los abro de nuevo: hay otro Luis afuera, con libros que no pagan impuesto, sentado en un café. El borde de la acera no está sucio, las lámparas cumplen su rutina sin ninguna interrupción, convencidas de que las bujías a gas y las velas son un invento, o una simple nostalgia, de Proust. Acabo de nacer, pero no tengo sangre: todo lo que soy en verdad se guarda adentro, aunque puede salir, como al estar herido, sin mayores vergüenzas.

13 December, 2009

Anoche pasé frío, lo confieso. En general, prefiero dormir con una cobija tan ligera que parece un borrón. Supongo que en esas decisiones el cuerpo se muestra con la soberanía de la autosuficiencia. Pero nunca falta el momento de rendirse y admitir que el peso del paisaje y de sus accidentes es más aciago que la falsa autonomía de la piel, los músculos, los huesos. Cuando eso pasa, termino admitiendo que prefiero esa derrota, porque subraya que afuera hay una bruma invisible que podría helarse, y eso me gusta. Estoy en el otoño de una ciudad donde las estaciones son nada más un alfabeto vago marcado en el papel del calendario. Algo es algo, me digo: el cielo podría nublarse, podría necesitar un abrigo, una cobija más gruesa, podría recompensarme con café más caliente.

02 December, 2009

La vida literaria es una utopía difusa, sin arquitectura ni administraciones ni conductas, sin planes para una redención posible. Le bastan los espacios cerrados tipo Beckett para imponerse como hábito casi irritable, y en ese aislamiento—hecho de frustraciones reiteradas, de victorias debidas al azar o incluso a la inconsciencia—lo que se sueña mayormente persiste en su latencia. El resto no pasa de la simple constatación de ademanes u obligaciones pedestres pero necesarias. Una reunión de escritores no tiene que ir más allá de la acumulación de comentarios sobre la cocción de una pechuga de pollo. Un salón como el de madame Verdurin en la Recherche de Proust es como el diagrama tridimensional de otras obligaciones y rutinas, más mundanas tal vez, pero no por eso más deterministas.

Hoy estuve tres horas por una fuga de gas fuera de casa, en una acera soleada, sin corbata de lazo. No tenía un libro en la mano. Fue una espera sin nada más que la borrosa observación de los vecinos. Sigo con la ropa que llevaba, que no es un obstáculo, que no es un beneficio. Aun así espero otra vida, de viajes.