18 December, 2009

¿Cuántas veces es uno el que escribe? Lo digo por ver si entiendo cómo es que la pereza, el hastío, la distracción y la contrariedad se convierten en la ordenada cartilla que uno firma. No es improbable que esa rúbrica sea una traición: el nombre del autor no necesariamente corresponde a los recuentos que antecede o culmina. Nadie sabe para quién redacta.

Prefiero ocasionalmente inventarme una vida desde cero. Hoy, en la mañana, fui a la aduana acompañado a confirmar que en las oficinas públicas la multiplicación de la escritura, en papeles y papeles idénticos, es una épica cansona. Cierro los ojos y los abro de nuevo: hay otro Luis afuera, con libros que no pagan impuesto, sentado en un café. El borde de la acera no está sucio, las lámparas cumplen su rutina sin ninguna interrupción, convencidas de que las bujías a gas y las velas son un invento, o una simple nostalgia, de Proust. Acabo de nacer, pero no tengo sangre: todo lo que soy en verdad se guarda adentro, aunque puede salir, como al estar herido, sin mayores vergüenzas.

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