23 April, 2007

He estado leyendo en estos días unos cuentos de Roberto Bolaño. Están en Last Evenings on Earth, una selección preparada y traducida por Chris Andrews. La lengua es una elección impuesta por las privaciones de la biblioteca. Me toca pensar que Bolaño es tan extranjero como otros. No hay que sentirse culpable. Uno lee a Kafka en español y no piensa en la sintaxis inicial; es una forma natural de apropiación. Me gusta imaginar el Dostoyevski que leyera Roberto Arlt, compuesto de solecismos y caló, tal vez—que Arlt sabría aprovechar. Esos saltos y transfusiones son parte de la rutina literaria. En la anatomía de muchas obras hay huesos prestados, y uno los adivina en el tesauro o la simple posición de un adverbio. El Bolaño de Andrews, por ejemplo, practica el gusto por vocablos latinos; ya en las primeras líneas del primer cuento hay dos: “dilapidated” y “exacerbated”. Ese hallazgo me fuerza a pensar de nuevo en el revés, en el idioma primario del texto, en el que esas palabras tienen una rara y gastada modestia.

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