19 January, 2008

Las nacionalidades no son una medida de pertenencia. Por más de ocho años viví en Estados Unidos. El uso de una lengua extranjera era para mí, allá, una marca distintiva, no un estigma, por mucho que el acento les confirmara a todos la diferencia de un origen. Esa forma de moverse en un sistema que no puede ganarse del todo en realidad me conmovía. No me perturban las versiones intencionales de la expatriación. Ahora vivo en el lugar que coincide legalmente con mi naturaleza. Llegué a comienzas de julio y de inmediato comprobé que mi estatuto jurídico no me daba derecho a esperar un decreto de júbilo. Quien regresa a su país vuelve sin manifestaciones exaltadas; ese sigilo coincide con la agitación rutinaria de los otros, con la indiferencia del paisaje, con el descuido de las instituciones y los funcionarios. Únicamente en masa somos ciudadanos. De resto, si uno ve por la ventana la sombra de las montañas y la quietud de algunos edificios, solo, se da cuenta de que una nación es una certeza apenas nominal.

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