12 December, 2008

No es del todo imposible que el futuro lugar de la literatura se halle en el vaciadero de textos descartados. Uno se imagina esos fragmentos, quizá llenos de asomos geniales pero prematuros, asomados a destiempo desde un sistema por completo distinto, y piensa en las obras que se forman desde la arbitrariedad o la justicia de alguna otra lectura. En esas narraciones o poemas casi fortuitos, la extrañeza no es necesariamente el signo congénito: a veces se rechaza el uso más consabido en beneficio de una asombrosa trouvaille. Lo que puedan vindicar los lectores ilusorios a lo mejor resulte aquello que hoy es convencional.

La última novela de Bolaño es, con justicia, ese depósito de líneas recusables. Se sabe que 2666 se publicó sin cortes, con la insolencia de sus fallas y desproporciones. Habría que preguntarse cómo esas páginas que hubieran podido quedar fuera llegarían con el tiempo, tal vez, a constituirse en modelo. Hoy, esa obra es un cruce de eras donde conviven lo hecho y lo viable. Las sobras de Bolaño son parte, justamente, de esa obra de Bolaño: no hay texto más utópico.