22 May, 2007

Hoy, por unas nueve horas, llevé un pantalón negro. No digo eso para sugerir o promover algún augurio; se trata, nada más, de un reporte casi meteorológico, la simple descripción de una parte de mi mera figura. Habrá quien sepa hacer de esa noticia un trastorno metafísico. En mi caso, no hago otra cosa que escribir una entrada para ser más consecuente y puntual. Alguien como Robbe-Grillet podría extenderse en esa observación y así continuar con su obsesiva negación de la psicología. Flaubert sería capaz de convertir mis pantalones en una prenda minuciosa, llena de carácter y relevancia, como el mismísimo gorro de Charbovari—un monstruo de telas dispares. Yo prefiero detenerme en este punto, reiterar que el fulano pantalón no me gusta demasiado, admitir que tengo que lavarlo, pronto, que lo usé con una camisa blanca de rayas azules y delgadas (bonita).

16 May, 2007

Tengo que admitir mi falta de disciplina. Tengo muy poco de abnegado calvinista: escribo como extensión de la pereza, no para combatirla. Quizá esa confesión parezca un poco absurda; el caso es que las lagunas entre entrada y entrada de este “diario” sólo acentúan esa natural dispersión. A lo mejor se trata, justamente, de una revelación más sutil de lo que pueda creerse. El tiempo que transcurre, que dejo, de hecho, transcurrir y pierdo como si se tratara de una riqueza mal habida y culpable, es más personal que la acumulación de párrafos y la cuidada posición de las comas. En esa distancia temporal se cuela una épica por completo doméstica, sin heridas ominosas ni vencimientos. No he terminado de leer el libro de Bolaño, he comenzado The Yiddish Policemen’s Union, de Michael Chabon, que me va gustando. El resto, ya se sabe, es silencio. Se trata de aceptar esos huecos ilesos como si se tratara de órganos ligeramente ficticios pero muy eficaces (un corazón de más, tal vez de yeso, o pulmones de cuarzo, dibujados).