26 April, 2007

En la antología de Bolaño hay varios cuentos sobre escritores. No habrá de extrañarse quien haya leído sus novelas. En ellas la literatura sirve de estructura temática, a veces como aspiración (como ocurre en Los detectives salvajes), otras como acto confirmado (es el caso de 2666). Lo notable es que en su narrativa la escritura parece más una profesión contextual que una serie de textos: sabemos que este o aquel personaje se dedica a escribir, llena cuadernos y cuadernos, lee sus poemas delante de otros, publica sus novelas o cuentos, pero el caso es que esa obra no está consagrada en citas literales. Nos corresponde creer en lo que se nos dice: esos fulanos son autores, y ya. La fe que Bolaño espera de nosotros se confirma en los títulos de algunos de esos cuentos: “Sensini”, “Henri Simon Leprince”, “Enrique Martín”. El índice onomástico debe bastarnos. De esa manera, los relatos cobran la apariencia de entradas en una enciclopedia. Podría pensarse que esa discreción, que se contenta con la sola mención de nombres y apellidos, sería sostenible en el caso de autores consagrados. Estos de Bolaño no lo son. De Leprince se revela: “Naturalmente es un escritor fracasado”. El adverbio es demoledor. Eso hace más interesante el laconismo de esos encabezados. La literatura es en esos relatos una fuerza privada, la contraseña de un clan de facha irrelevante, cuyos miembros obedecen a una lógica que de antemano ha renunciado a las demostraciones. Su propio convencimiento es suficiente.

23 April, 2007

He estado leyendo en estos días unos cuentos de Roberto Bolaño. Están en Last Evenings on Earth, una selección preparada y traducida por Chris Andrews. La lengua es una elección impuesta por las privaciones de la biblioteca. Me toca pensar que Bolaño es tan extranjero como otros. No hay que sentirse culpable. Uno lee a Kafka en español y no piensa en la sintaxis inicial; es una forma natural de apropiación. Me gusta imaginar el Dostoyevski que leyera Roberto Arlt, compuesto de solecismos y caló, tal vez—que Arlt sabría aprovechar. Esos saltos y transfusiones son parte de la rutina literaria. En la anatomía de muchas obras hay huesos prestados, y uno los adivina en el tesauro o la simple posición de un adverbio. El Bolaño de Andrews, por ejemplo, practica el gusto por vocablos latinos; ya en las primeras líneas del primer cuento hay dos: “dilapidated” y “exacerbated”. Ese hallazgo me fuerza a pensar de nuevo en el revés, en el idioma primario del texto, en el que esas palabras tienen una rara y gastada modestia.

11 April, 2007

Soy un lector desordenado; paso de una página a otra, lo que parece normal—el asunto es que esas páginas pertenecen a libros distintos. Así mezclo una historia de Donald Barthelme con una frase de Rodolfo Walsh y un poema de Reznikoff. Algún trazado ha de haber en esos saltos, un atlas de lectura que me permite saber dónde me hallo, sin el ilusorio rigor de un sistema. No está mal. De hecho esos géneros admiten esas livianas infidelidades y abandonos. Hace tiempo, eso sí, que no leo una novela. Es una forma de evitarme la culpa; me digo que necesito las horas que podría dedicarle a Saer o a Richard Flanagan para terminar algún proyecto. Las novelas son como el epítome de la malcriadez y el egoísmo. Por ahora, me dedico al desconcierto, al agrado de la improvisación, al puro nomadismo.

08 April, 2007

Prefiero creer que un diario es un conjunto de apuntes sin mayores apremios. No pienso en la reproducción de eventos cotidianos, sino en algo tal vez más arbitrario, imaginario a veces, que puede evitar la taxidermia en favor de las absoluciones, los juicios, los ajustes de cuenta, las dubitaciones y las analogías. Ahora pienso sobre todo en los cuadernos de Henry James y menos en los trabajos de Paul Léautaud y Virginia Woolf, que también admiro. Y no puedo olvidar las notas que Ricardo Piglia publicara en Formas breves, por ejemplo. De allí repito una frase maestra: “La crítica es la forma moderna de la autobiografía”. Supongo que ése es un buen punto de partida.